Por Andrés Pascual
Bob Arum es amigo de la tiranía castrocomunista, viaja a la Isla encubierto en “atención a la comunidad judía”, él lo es; no lleva algo que lo implique en “actividades de la CIA para ayudar a desestabilizar a la Revolución a través de los grupos opositores”.
En Cuba (su último viaje fue a principios de este año) habla de boxeo, de boxeadores, de sus posibilidades, de la reciente medida creada para liquidar al pugilismo amateur: la Serie Mundial de este deporte.
Quiere convencer a las autoridades, como pretendió hace 4 años José Sulaimán, de que, si firman con él, los peleadores estarán bien cuidados, alimentados, pagados y protegidos del “pulpo mercantilista y explotador”; es decir, se refiere a fantasmas en función de apoderados, no a Bob Arum…
Ahora hizo unas declaraciones que están sacando chispas en Miami; en Cuba no, porque allá no las conocen y si pudieran, tendrían que admitir la versión de la dictadura a “su manera”.
De tanto huirle al problema real, de no hablar claro y directo, el promotor se mete en otros que, quizás, no fueron su intención, tales como negro y blanco, pueblo que no ama al boxeo y otras cosas.
A nadie de “antes” le molestan las palabras de Bob Arum, porque este personaje es solo un buen vendedor de ilusiones con mucho dinero detrás, lo mismo para disfrutarlo que para pagar que para comprar una defensa propia en instancias legales si lo necesitara. Pero a los cubanos “emigrados entrantes o comunidad económica”, como los llamara hace poco Raúl Castro, sí los hiere, tanto que han armado un tremendo “follón” con el asunto.
¿Por qué sucede con el cubano de la comunidad? Pues porque se ha creado un apartheid con respecto a la identidad cultural del país; porque, aunque lo encubran, no sienten que la historia gloriosa cubana forma parte de ellos ni es el sostén de lo tradicional ni de la personalidad propia de quien se siente reyoyo…Entonces no tienen ni almohada en que recostar las penas, que son muchas: cada vez que alguien dice algo se sienten aludidos y eso es un complejo que los convierte en ciegos y en groseros en cualquier nivel, como medida personal repudiable, reaccionaria y retroactiva de una defensa que se debe hacer en Cuba combatiendo a la tiranía para que comiencen a poner en orden sus sentimientos.
En Cuba antes del castrismo la arena de boxeo, el estadio de pelota, el automovilismo, la pelota vasca eran espectáculos de alta demanda popular y no hubieran podido subsistir sin que tanto negros como blancos (menos el jai a lai), hubieran tenido igual responsabilidad ante la taquilla, porque esos eventos se cobraban, lo que da una idea de las posibilidades del cubano de antes contra el que “liberó” el castrismo, para el que hubo que poner gratis las entradas y hacer del Estadio del Cerro el único lugar de La Habana donde se podía comer una pizza mala que, a eso, a comerse el veneno disfrazado de comida, iba el 40 % del público..
Arum molestó a mi gente cuando dijo que en Miami, al estilo cubano de durante la época del 72 % de blancos en la Isla, no hay público para el boxeo, porque son de “clase acomodada en niveles medios o ricos”, cuando en la ciudad del Sur de la Florida, desde 1994, han entrado más de 400,000 cubanos negros y mestizos que no pueden llevarse de Cuba ni los clavos para un ataúd; es decir, son pobres de solemnidad y de esa forma nadie se puede dar el gustazo de asistir ni a los Marlins ni a un programa regular de boxeo como no sea haciendo un esfuerzo supremo.
Lo que se le debería recordar a Bob Arum es que el cubano de antes, negro o blanco, era tan fanático del boxeo, tenía tanto interés en este deporte que La Habana logró convertirse en la 5ta plaza en importancia del pugilismo después de Nueva York, Filadelfia, Detroit y Los Angeles y ningún país puede alcanzar ese nivel sin apoyo multitudinario; eso no lo sabe o lo olvidó y ni han tenido interés en decírselo en alguno de sus viajes a la Isla. Al modo mío de ver las cosas, el público cubano emigrado es tan interesado como el de antes en Cuba, incluso el que queda allá: cualquier programa con figuras criollas de nivel como Gamboa, Rigondeaux…aseguraría el éxito en las taquillas tanto en Miami como en Cuba; aunque no es menos cierto que el publico natural mayoritario del pugilista cubano son 12 millones que no pueden aplaudirlo porque la tiranía los obliga a repudiarlos..
Sin embargo, me parece que todo este rollo que armó Bob Arum fue para decir lo que él y Don King sienten por los peleadores de “la escuela garmuriana”: que no venden solos, que no son atracciones de taquilla, que necesitan a un mexicano o a un boricua para poder sacar la inversión arrastrando a esos públicos a la cartelera; porque, cuando un cubano promedio mande todo su dinero para Cuba y viaje allá con precios estratosféricos de pasaje, posiblemente le quede poco para asistir a un programa de boxeo de relativo costo. No sé por qué creo que eso fue lo que quiso decir Bob Arum…y “cogió miedo”.