lunes, 22 de agosto de 2011

Hay exageraciones que ofenden


Por Andrés Pascual



       Doug Fischer escribió para The Ring que, “Andre Ward, medallista de oro en la Olimpíada del 2004, está en el camino de Leonard, de Alí y de Oscar de La Hoya…”, lo anterior, según Don Gossen.

       En el camino de una soberana exageración sí es; o, tal vez, Goosen se haya referido a que el campeón mundial super mediano del AMB obtuvo una medalla olímpica y marcha invicto, hasta ahora, en el profesionalismo.

        Es poco serio que a alguien reconocido como un “zorro del boxeo” se le ocurra situar en el mismo nivel que a Alí y que a Leonard a Andre Ward. Al californiano que apodan Golden Boy es un sacrilegio elevarlo al nivel del medallista de oro en Montreal-76 o del Más Grande. Quizás al de otros buenos (solo eso) campeones de menos nivel, es posible.

      Para cualquier conocedor de galería, de La Hoya fue un producto manipulado y sobrevalorado por la Media de hoy para un deporte realmente escaso de figuras, que ayudó a salvar al pugilismo financieramente a través del apoyo del mundo hispano en Estados Unidos. Híbrido de nacionalidad, se le explotó en ambas direcciones, con resultados impresionantes para las relaciones públicas, como la realidad posible del “Sueño Americano” capítulo minorías.

       El sábado pasado Ward sometió al armenio Arthur Abraham por una plaza de finalista para el novísimo Torneo de Super Seis, cuyo único objetivo es rescatar del fondo de un abismo la popularidad que, a pasos agigantados, pierde el boxeo por el pésimo manejo en todos los niveles. El evento es un intento por ampliar la mercadotecnia; pero ni una tabla de salvación para tan maltratada disciplina.

       El ganador, un cute boxer que no pega, con tendencia a aburrir al respetable por el exceso de escenografía más que ciencia boxística, manejado por algunos elementos de la prensa americana ávida, quizás, de la figura de clase a la que puedan considerar suya tanto como el dinero que paga el promotaje por la difusión, no es ni en la lejanía un peleador capacitado para echarse sobre sus hombros una parte del compromiso que recupere la confianza y el interés de este deporte en Estados Unidos.

       Resulta que en California, de donde es oriundo Ward y se efectuó el pleito, hubo una queja de la esquina de Abraham, porque los jueces seleccionados eran paisanos del americano.

       Las amenazas de suspensión llevaron las aguas a su nivel; sin embargo, la esquina de Ward ripostó después con que “no me dejó (el referí) hacer la pelea infight”, ¿Para qué necesitaba esa distancia? el infight es para los animales, hacheros de potentes brazos que puedan derribar el caguayrán, árbol reconocido por lo duro de su tronco, ¿Entonces?

       Arthur Abraham (32-3, 26 KO’s, 74.2 %) al que, en medio del bullicio que forman los cronistas de hoy con cualquier boxeador que gane un par de peleas apodaron King Arthur, pésima comparación con el mítico personaje de Britania, le ganó una decisión dividida a Andre Durelle; perdió una decisión unánime contra Mikkel Kessler y noqueó a Jarmain Taylor en 12 rounds.

       Por su parte Andre Ward (24-0, 13 KO’s, 54.1 %), le ganó la faja supermediana de la AMB a Mikkel Kessler por decisión técnica; a Edilson Miranda y a Allan Green de forma unánime en 12 capítulos y le administró un somnífero al público durante 12 episodios de mala película de matiné a Sakio Bika.

       Si bien el sábado pasado las tarjetas de los magistrados mostraron una inequívoca superioridad de Ward sobre Abraham (120-108, 118-110 y 118-111), la realidad sobre el ring evidenció otra pelea más, sin ningún tipo de brillantez por parte del ganador.

       Señales de los tiempos. Gossen, por mucho que quiera, no puede confundir a nadie: con Andre Ward se comete el mismo pecado de proposición que se repite una y otra vez por la crónica del sector durante los últimos 20 años: dejar de ser cuidadoso en el elogio a la figura joven que, en estos tiempos, frustra más que lo que puede cumplir su compromiso con el público, con el deporte y con sí mismo.














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